Posted by : Vaig a Peu sábado, 11 de febrero de 2017

Cala Deià está a 10 kilómetros de Sóller, situada entre Punta de Son Beltran y sa Pedrissa, donde se levantó una torre de defensa contra las incursiones piratas. Los picos imponentes del Teix (1.064 metros d’altitud) y el Caragolí proyectan su sombra hacia Deià. Este entrante de mar bellísimo, rodeado de acantilados medianos, coronados por monte bajo y pinar, finaliza en una playa semicircular en la que desemboca un torrente y se levantan hermosos bancales. Arena gruesa y grava componen su paradisíaco talud de pronunciado desnivel. En los márgenes se hallarán un embarcadero pequeño, escars y unos restaurantes, muy elogiados por sus arroces y pescados a la plancha. Es habitual en verano coincidir con personajes populares de ámbito internacional. Las condiciones marítimas y subacuáticas desaconsejan el fondeo de embarcaciones, puesto que el azote del viento del noroeste-norte-noreste la convierten en una zona peligrosa. Cerca de la playa existe una roca sumergida a tres metros de profundidad y el fondo de arena y roca es inseguro. Si se desea calar, se aconseja hacerlo con luz diurna y frente el embarcadero, sobre fondo de grava y roca, a cuatro metros de la superficie. A 3,7 kilómetros se encuentra Port de Sóller. El acceso por carretera es sencillo siguiendo la señalización viaria. En sus proximidades hay un aparcamiento, siempre abarrotado. Se recomienda bajar caminando este kilómetro final por esta calzada o por los caminos empedrados dels Ribassos y de sa Vinyeta.
El término municipal de Deià se encuentra en el oeste de Mallorca. El origen de su topónimo provendría del término árabe daia o daya (“campo” o “aldea”). Su paisaje es accidentado (Puig des Teix, 1.064 metros de altitud; encinares a 400 metros sobre el nivel del mar), surcado por escorrentías (Torrent Major, 6,5 kilómetros cuadrados de cuenca hidrográfica) y con una costa de cinco kilómetros longitudinales, poco accesible. La villa presenta tres zonas: alta (es Puig, coronado por la iglesia y el cementerio), mediana (paralela a la carretera Valldemossa-Sóller) y baja (es Clot, antiguo núcleo de población principal). Deià construyó una red de atalayas de vigilancia entre los siglos XVI y XVII para defenderse de ataques piratas. A finales del 1800 padeció un retroceso demográfico, producto de la emigración hacia Francia provocada por la crisis agraria. Gran parte de esta población retornó a principios del siglo XX. Entre aquellos primeros años del 1900 y los sesenta se practicó activamente el contrabando. A partir de esa década, el turismo de lujo pasó a liderar los indicadores económicos, impulsando la restauración y la construcción. Su riqueza cultural se conocerá visitando, entre otros, Cova de Betlem, restos del Col·legi de Frares Menors en Miramar (fundado por Ramon Llull), Can Forcimany, Llucalcari, ca l’Abat, Son Marroig (sa Foradada), sa Torre de sa Pedrissa, iglesia parroquial, cementerio municipal. En esta localidad han residido personalidades como Ramon Llull, archiduque de Austria Luis Salvador de Habsburgo-Lorena, Antoni Gelabert, Robert Graves, William Waldren, Mike Oldfield o Richard Branson.
CÓMO LLEGAR: Desde Santa Ponsa, por la Ma-1 para enlazar con la Ma-20, Salida dirección Valldemossa por la Ma-1110, seguir por la Ma-1130 y Ma-10 hasta Deiá, seguir hasta la bajada a Cala Deiá, junto a la parada del bús, no está muy señalado. Aparcar a unos 600 metros antes de llegar a la cala, donde el GR-221 cruza el Torrent Major por un puentecito.

COMPONENTES: VICENTE Y SUSI

ITINERARIO: GR-221 / SON BUJOSA / CARRETERA / DEJAR CARRETERA / GIRO DCHA. / GIRO IZQ. / SON COLL / FONT DE SES MENTIDES / CRUCE CAMINO / PORTILLO MADERA / CAN PROHOM / CAPELLA CASTELLÓ / 1CARRETERA / DESVÍO DCHA. / CRUCE DEJAR GR / TOMAR IZQ. / CRUCE / VADEAR TORRENTE / ALCONASSER / SIMA / TÁPIA / ZONA AÉREA / FIN ZONA AÉREA / MESA / ACANTILADOS / SEGUIR ORILLA / PARED SECA / CALA DEIÁ / FINAL.


LA RUTA: Nos ha costado un poco llegar  la Cala Deía, no hay señalización y es muy fácil pasarse el desvío. Un estrecho carretil nos lleva al aparcamiento, en verano habrá que extremar las precauciones. Hace un precioso día y un petirrojo viene a saludarnos, tenemos entendido que es una de las zonas más bonitas de la isla.

El Torrent Major arrastra las aguas de las últimas lluvias. Iniciamos desde el puentecito, cruzando la carretera para seguir el GR-221, izándonos por la primera de las tapias de escalera que suelen haber en los recorridos parar evitar que el ganado o la caza salga de las fincas. Ésta es de las sencillas.


El camino se encrespa haciendo una fuerte subida entre los bancales de olivos con pared de piedra seca, que forman terrazas para ganarle terreno a la sierra. Al elevarnos vemos nuevas terrazas en la loma de enfrente que llegan hasta su cima, y por detrás de ellas, las altas montañas.


Poco a poco vamos tomando altura entre los ancestrales bancales, la mayoría de ellos no están en producción y quedan poco ejemplares de olivos, eso sí, centenarios, mezclados con algún algarrobo y pinos que arraigan entre las rocas. El torrente queda a nuestros pies y el paisaje se abre a las montañas.


Último esfuerzo, y en la parte alta el camino comienza a llanear dejándonos ver el mar con un horizonte gris. Las paredes secas de los bancales son de menor alzada y proliferan los ejemplares de olivos centenarios de enormes troncos retorcidos por los años; entre ellos sobrevive algún almendro en flor.


Llegamos a Son Bujosa, gran finca con una impresionante alquería mallorquina donde todavía se cultivan cítricos, en sus tiempos debió ser importante. Volvemos a tener miradas al mar y poco después el sendero enlaza con la carretera Ma-10, por la que transitaremos unos quinientos metros.


Ahora en temporada baja apenas hay tráfico, pero en verano habrá que extremar las precauciones e incluso utilizar chaleco reflectante. Desde el asfalto tenemos bonitas vistas a las laderas montañosas con bancales de pared seca y hermosas casonas habitadas. La costa nos muestra algunos acantilados.

Dejamos la carretera por la derecha y retomamos el GR-221 por un pasillo escalonado entre dos fincas, por el llamado Camí de Castelló que formaba parte de la única vía de comunicación entre Deiá y Sóller hasta finales del siglo XIX. Camino de carro en ocasiones y en otras, simplemente camino de herradura.

El escalonado camino vuelve a elevarnos por las lomas, vuelven los atávicos bancales de olivos y las paredes secas que con artesanales vallas de alambre y troncos separan unas fincas de otras. Entre recodo y recodo tenemos miradas a un mar tranquilo y reposado.


Entramos en una zona más húmeda con abundante vegetación donde los pinos y el matorral bajo proliferan. Luego el sendero en suave ascenso se encajona entre paredes, donde algún viejo olivo salta por encina dificultando el paso. La verja de una finca nos muestra varias esculturas de chatarra.


Tras una mirada a un rocoso peñón que se adentra en el mar formando una cala, llegamos a Son Coll, antigua aldea que ahora se haya dividida en varias casas particulares. A poca distancia tenemos el desvío a la Font de ses Mentides, que en pocos metros llega a la fuente que mana un pequeño hilo de agua.








Volvemos al sendero principal que sinuoso se torna a estrechar entre las paredes secas sin dejar de ascender. Viene una tramo espectacular, con enormes ejemplares de olivos añosos, como viejas esculturas vivientes, después caminamos por un apretado pasillo entre carrascas. Salvamos un portillo de madera.


El sendero comienza a subir con fuerza, y tenemos la primera vista al Puig Major (1,443 m.) nevado, y nuevas vistas al mar. Atacamos unas rampas rocosas que zigzaguean hasta subirnos a la parte más elevada de hoy (314 m.) cerca del Torrent de sa Casa Nova.


Pasamos por un sector del camino donde las paredes secas entre olivos han sido derruidas por las últimas lluvias torrenciales. Grandes vistas al Puig Major cerca de una finca que parece una granja, con un triste pollino, ovejas con pequeños corderos, ocas y gansos.


Arribamos a las casas de Can Prohom y Can Mico. La possessió de Can Prohom era una de las más grandes de la alquería de Castelló. Las cases de Can Prohom y de Son Mico constituyen una sola unidad arquitectónica y son de un volumen considerable, con una fachada de tres plantas.


A la derecha, está la parte de Son Mico, y a la izquierda, Can Prohom. En su interior se habilitó una habitación destinada a la reina Isabel II, que visitó Sóller en 1863, aunque nunca llegó a utilizarla. Actualmente las Casas de Son Mico ofrecen la posibilidad de comer y degustar productos de la región.

Las vistas desde las casas a las alturas montañosas de la Serra de Tramuntana son extraordinarias. Poco más abajo se encuentra la Capella de Castelló del siglo XVII que ha sido restaurada y cuya  finalidad era acoger a los fieles dispersos por los distintos predios de los alrededores.


Continuamos bajando entre diversas propiedades hasta la carretera frente a la hermosa alquería de Son Bleda. Caminaremos unos ciento cincuenta metros por la izquierda de la carretera extremando la precaución, para cruzar y subir por la derecha al GR-221, dirección Sóller.


Este sendero es una variante del GR que nos lleva hacia la Urbanización Bens d’Avall con buenas vistas a la sierra. Después dejamos definitivamente el GR por un camino asfaltado de la urbanización, que recorremos haciendo un giro a la izquierda y más tarde en un cruce a la derecha.


Caminamos paralelos al cauce de un torrente para en un momento dado bajar para vadearlo, subir por la otra orilla y salir a un camino de cemento entre las casas y los acantilados. Estamos en la zona de Alconásser. El camino termina en un pequeño rellano que da acceso a unas diminutas calas rocosas y al mar.


De frente subiendo un poco nace un incipiente sendero que prosigue entre barandas de madera. Comienza un espectacular recorrido por los acantilados. Tenemos el mar a nuestros pies, en la accidentada y recortada costa. Las panorámicas son extraordinarias.


Es un trayecto escabroso y desmoronado, el sendero no es uniforme entre una masa de pinar de ejemplares espigados y delgados, con multitud de ellos abatidos por los temporales y muchos de los troncos aserrados para poder franquear el paso. Es naturaleza pura de una belleza salvaje.


Pasamos por un tramo más sosegado, vuelven el orden y las terrazas abancaladas con olivos y piedra seca, con el pinar hasta el borde de los acantilados. Un waypoint nos marca la situación de una sima que parece estar escondida entre el matorral y que preferimos no buscar.


Se salva la valla de predio subiendo por otra tapia escalonada. El camino se deteriora descendiendo entre bancales con viejos olivos,  subiendo y bajando las ondulaciones del terreno, cerca de las ruinas de una construcción que pudo ser una casa de aperos o un corral de ganado.


Nos elevamos un poco y tenemos de nuevo  vistas al mar. Pasamos a otra propiedad por otra tapia escalonada, ésta con menos inclinación y algo más vertical. El sendero entra en una zona más aérea y desprotegida donde los pinos invaden el límite de los acantilados permitiéndonos extensas vistas al mar.


Es un área donde tenemos que ser precavidos, aunque no hay un riesgo real si no se hacen tonterías. Retorna un paisaje asilvestrado entre matorral de coscoja y lentisco,  con delgados pinos en un suelo inestable y desmoronado, pero que nos aportan sorprendentes panorámica al mar y a los acantilados.


La fragilidad del terreno y su propia escasez debido a su inclinación, hace que en los temporales de lluvia y viento caigan derribados muchos pinos, algunos de ellos se precipitan literalmente al mar. El sendero y los alrededores están sembrados de ramaje y troncos, tal como cayeron en esta poda natural.


Metidos de lleno en el entorno, las miradas al escabroso litoral desde las alturas son extraordinarias, con diminutas calas y roquedos de difícil acceso a no ser por mar. Pero como en la zona anterior todo vuelve a su lugar, el sendero deja de ser aéreo y se estabiliza con miradas a las sierras interiores.


Descendemos acercándonos al litoral donde el sendero se urbaniza con peldaños de piedras para evitar que la tierra no se desmorone y rusticas barandas de delgados troncos. A este nivel, el acceso al mar y  a las rocas que se adentran o parecen varadas como islotes, es muy asequible para los bañistas.


Vamos recorriendo todos los recovecos de la costa acercándonos o separándonos del mar. Aparecen algunas pequeñas fincas con situación privilegiada, en recodos resguardados del viento donde los pinos crecen con soltura. Clavadas en algunos troncos vemos algunas tablillas con alegorías de olas marinas indicando el acceso al mar.


En un círculo de piedras vemos una rustica mesa de piedra. Después viene un litoral abrupto con puntas rocosas más planas que se adentran en el mar y de nuevo agradable sendero protegido por barandas de troncos, hechas con el ramaje seco de los pinos que en su día fueron derribados.


Acantilados peñascosos desde amplias plataformas rocosas que penetran en el mar, nos permiten saborear un accidentado litoral donde todo cambia en pocos pasos y nada es igual a lo anterior. Nos acercamos a un larga pared seca de varios metros de altura con pinos de troncos retorcidos.


Nada más dar la vuelta todo cambia. En los recodos donde el viento vapulea de lo lindo, o desembocan ramblas y torrentes intermitentes, todo se precipita al mar, tierra, rocas, árboles. El sendero tiene que tomar de nuevo altura para salvar estos escoyos de naturaleza en movimiento.


La altura nos da una bucólica estampa de la diminuta Cala Deiá. Todo es reducido y atávico, su cala, el embarcadero, las casitas, el restaurante, es como un pequeño tesoro escondido. Bajar hasta allí no es tan fácil, el sendero se precipita por un lateral desmoronado, de constantes derrumbes, pero protegido por las artísticas barandas artesanales.


A media bajada obtenemos las mejores panorámicas de la Cala Deiá. Estrecha y alargada, encerrada entre dos puntas rocosas que se adentran en el mar dándole forma de herradura. Descendemos hasta las casitas de piedra techadas con tejas, donde una rampa de cemento hace de varadero para pequeñas lanchas.

Saboreamos el ambiente y seguimos subiendo junto al cauce del Torrent Major hasta alcanzar el aparcamiento, cerrando una ruta realmente espectacular: Mar y montaña, con ancestrales senderos cargados de olivos centenarios y paredes de piedra seca, sin olvidar las impactantes panorámicas.


De regreso paramos en Valldemossa a tomar un café, luego paseamos por sus calles, jardines y la Cartuja, siempre es bonito recordar a los ilustres personajes que vivieron y viven en este bello pueblo. Llegamos a tiempo al hotel para darnos un baño y una sauna en el Spa. Día pletórico.
RECORRIDO: CIRCULAR.
AGUA EN RUTA: SI (Font de ses Mentides, aunque no hay que confiar en ella)
DISTANCIA: 13,7 KM.
TIEMPO EN MOVIMIENTO: 05:00 HORAS.
ALTURA MÁXIMA: 314 M. (Torrent sa Casa Nova)
ALTURA MÍNIMA: 0 M. (Cala Deiá)
DESNIVEL POSITIVO: 500 M.
DESNIVEL NEGATIVO: 500 M.
DIFICULTAD: MODERADA.

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